La larga vida feliz del Buena Vista Social Club

Por Rogelio Ramos Domínguez (TOMADO DE ONCUBA)

¿Por qué Ibrahim Ferrer limpiaba zapatos si tenía el potencial para premios Gramys, nominaciones al Oscar y teatros repletos en todo el mundo? Reconstruyamos la escena. En ralenti: se ve al público eufórico aplaudiendo. Primer plano del cantante cubano que llora la felicidad detrás de unos espejuelos, dentro de su costoso traje. El mismo hombre que pasara de cantar junto a Pacho Alonso o Beny Moré al olvido y luego, ya en sus finales, a llenar estadios. ¿Lo habrá salvado Ry Cooder?

El libro Cómo Cuba puso a bailar el mundo del periodista cubano Juan Carlos Roque ofrece algunas claves. En él Juan de Marcos González el ex director de Sierra Maestra y creador junto a Cooder del Buena Vista Social Club (BVSC), afirma que no. “Nunca Ry Cooder vendió más de 200 mil copias de ningún disco en su vida”, comenta. “Pienso que es un músico excelente, pero el éxito del Buena Vista Social Club no está determinado por su participación.”

Pero hay más. A la pregunta de si Ry Cooder procuró cobija bajo su sombra, responde: “Bajo mi sombra no, bajo la sombra de la música cubana y de los artistas que trabajaron en el proyecto de BVSC.”
Barbarito Torres aporta otro tanto: “Siempre menciono el nombre de Juan de Marcos González. Honor a quien honor merece. A la gente a veces se le olvida que fue él quien propuso este proyecto y se lo “vende” a Nick (Gold). Entonces, se propone a Ry Cooder como productor debido a que era una figura reconocida dentro de la música a nivel mundial y que había hecho discos étnicos”.

Estas verdades surgen una tras otra por las páginas del texto compilado por Juan Carlos Roque. El periodista reunió los testimonios durante más de diez años en una serie publicada en Radio Nederland. Son entrevistas en las que se puede reconocer la felicidad, la vida y la sorpresa de estos músicos que reaparecieron  ante el mundo cuando ya el tiempo les dejaba las últimas puertas.


De izquierda a derecha: Guajiro Miraval, Israel ‘Cachao’ Lopez, Barbarito Torrez, Juan de Marcos, Ibrahim Ferrer, Compay Segundo y Omara Portuondo en México, en febrero de 2003. Foto: Jorge Uzon/AFP/Getty
El libro Cómo Cuba puso a bailar al mundo le hace honores porque como dice Mariam Nuñez Más, escritora y gestora cultural cubana en el prólogo  este “proyecto representa a Cuba por el mundo sin que los cubanos nos lo hayamos propuesto y, sin embargo, encarna nuestra más profunda autenticidad. Esos acordes, esa perfecta armonía, esas voces, pertenecen a embajadores irrefutables de la Cuba de antaño, de la Cuba actual y, gracias a ellos mismos, de la futura.”

¿Es el Buena Vista Social Club un disco extranjero de música cubana? ¿De dónde salieron todos estos añosos jóvenes que trataban de espantar la muerte con sones? ¿Cómo es que se convirtieron en el proyecto musical cubano de más impacto a nivel internacional? ¿Qué ha quedado del Buena Vista Social Club?
“Desde hace algún tiempo estaba por escribir este libro dedicado a los fundadores del Buena Vista Social Club, a quienes conocí entre 1999 y 2000. Tras el anuncio de la gira Adiós Tour con los conciertos de despedida comencé a compilar las entrevistas que les hice a todos los integrantes del proyecto inicial como parte de la serie radiofónica ‘El camino del éxito’, que produje para la desaparecida Radio Nederland, de Holanda. Luego las fui enriqueciendo y contextualizando como resultado de otros encuentros posteriores con algunos de los músicos.”

¿Qué cuenta el texto?
A 20 años de la aparición del Buena Vista Social Club, el libro se adentra en la dimensión de un fenómeno musical inesperado y recrea la vida y obra de sus fundadores.Y para lograr eso, respondo a varias preguntas: ¿Cuánto de genio musical y cuánto de azar hubo en la conformación del fenómeno musical más internacional y exitoso proveniente de Cuba? ¿Existió una estrategia previamente trazada para llevar el proyecto original Buena Vista social Club hasta lo que es hoy? ¿Veinte años después de su origen, la leyenda musical del Buena Vista encontrará herederos que perpetúen el goce del son y los boleros en escenarios internacionales? ¿Por qué un proyecto musical tan legítimamente cubano pasó casi desapercibido en el país que lo engendró? ¿Cómo pudo esa eventualidad hacer que “El cuarto de Tula” retumbara en las paredes de la Casa Blanca? ¿Buscado o fortuito, estamos ante un suceso irrepetible?



¿Personalmente, cómo recibió Juan Carlos Roque a estos músicos?
Constaté mucha humildad en mis encuentros con los talentosos músicos del Buena Vista Social Club. No se me borra de la mente aquella frase de Ibrahim Ferrer: “Yo no sé hablar de mí”. Me parece estar frente a Compay tomándome aquel buchito de café y disfrutando de esa sonrisa que siempre lo acompañó y tarareando su Chan Chan. Recuerdo la ternura de Rubén González sentado frente al piano tocando para mí sus más famosos temas. A Omara diciéndome que lo que le queda por vivir será en sonrisas. En fin, todos dejaron en mí su impronta, su capacidad para asimilar la fama y no perder lo auténtico como artistas que se deben a su público.

La intimidad que logré con todos ellos me permitió dar forma a lo inasible, al desbrozar las razones por las que, un proyecto musical tan legítimamente cubano, inicialmente pasó casi desapercibido en el país que lo engendró.

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