La ilusión de la pureza

De la cosecha de los colegas
Por Peter Venendaal (Radio Nederland Wereldomroep)

La columna debía ser impecable, a ese respecto tanto la dirección como el jefe de redacción de este maravilloso medio no habían dejado duda alguna. Para poder abrigar la esperanza de sobrevivir, la columna sabatina debía ser totalmente pura y original, exenta de toda sospecha y escrita exclusivamente con medios propios. En caso contrario, su final sería irreversible.

Y teniendo en cuenta todo lo anterior, el columnista toma lugar frente a su computadora y, con un vaso de agua y un sandwich de pan integral, espera que la inspiración acuda en su ayuda. Claro, preferiría una taza de café, pero, no lo hace por aquello de la cafeína, sustancia que, según se dice, ejerce una fuerte influencia en la actividad cerebral, lo que no es admisible. Suponga que alguien apareciera para realizar un control inesperado.

No, este nuevo régimen no es lo que esperaba, pero, la verdad sea dicha, es nuestra propia culpa, culpa de los columnistas. Durante años, hemos hecho caso omiso de escándalos y desatendido decenas de advertencias. Hemos escrito infatigablemente los más hermosos productos periodísticos recurriendo, para obtener inspiración, a fuentes fiables pero nada naturales. Pero, ¿acaso nos importaba? No, porque nadie se enteraría y, como si eso no bastara, no lo hacíamos en propio beneficio, sino para mejorar la calidad de nuestras columnas.

Hablo de épocas en que éramos aún ingenuos y todo nos causaba risa; reíamos de los dinosaurios del periodismo que se embriagaban, fumaban no sólo tabaco sino también droga, y consumían estupefacientes hasta más no poder. Después, otros colegas, también ebrios, escribían bellos in memoriam plagados de mentiras, para terminar recurriendo al estimulante de turno. Año tras año.

Hasta ese fatídico día en que el principal columnista de Le Journal de Ventoux, se extinguió definitivamente frente a su máquina de escribir sin haber podido confiar al papel la magistral culminación de su obra periodística. El diario apareció con un vergonzoso espacio en blanco, en vez del esperado artículo. Tanto lectores como jefes de redacción y editores apenas pudieron sobrevivir su indignación colectiva. ¡Esto, nunca más! ¡Fuera con todos los estimulantes! En adelante sólo nos serviremos de palabras puras, honestas y artesanales, entretejidas por espíritus diáfanos y lúcidos.

Y todo empezó a marchar bien. Pero, la enorme demanda de geniales artículos resultó ser más fuerte que la voluntad, incluso que la de los más convencidos puristas. Uno de ellos, por ejemplo, fue un norteamericano que nunca se había dejado pillar, pese a que durante siete años consecutivos escribía con tal maestría, que sólo alimentaba las sospechas de todo mundo. O aquel italiano que bebía descaradamente y en pleno público sus café exprés antes de acudir a su trabajo, pero que se suicidó tan pronto su jefe lo destituyó. Y no olvidemos al alemán que, en cada cumpleaños, bebía cerveza. Nunca más se ha oído de él.

Los escándalos se sucedieron vertiginosamente; la policía realizaba pesquisas en los centros de redacción y se clausuraron diarios y programadoras. Y cuando el columnista más leído, un danés, fue destituido por haber hecho compras personalmente, sin autorización, la copa rebosó. A partir de entonces, en cualquier lugar del mundo, todo columnista que escribiera una sola letra con medios no provenientes de su persona, podía empezar a buscar otro empleo.

De ahí que usted, estimado lector, deba contentarse con este producto. No es nada especial, lo admito, pero es puro. Y si me lo permite, debo ir inmediatamente a un bar, en bicicleta.

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