La mirada del cronista o algo así como la Oftalmología de la crónica

El Arte de hacer radio reproduce la ponencia 'La mirada del cronista o algo así como la Oftalmología de la crónica',  presentada por el periodista cubano José Alejandro Rodríguez en el recién concluido 8vo. Encuentro Nacional de la Crónica, celebrado en la ciudad de Cienfuegos. 

¿Qué cómo yo hago una crónica? Van a tener que hipnotizarme para tantear mi subconsciente, y que yo pueda definir las sucesivas incursiones sensitivas de donde brota ese, el más súbito y humano de los géneros periodísticos; el más escurridizo en definiciones y clasificaciones y el más remiso a metodologías y guías prácticas para escribir “bien”. 

No obstante el limbo de subjetividad y misterio en que levita la crónica, intentaré expresar como, en escasos estados de gracia, me he dejado arrastrar por el placer de contar cortos relatos escurridizos y sensibles de la realidad.
 
 Hace rato que sueño con una “Oftalmología de la crónica”. Y he aquí que, desde el sitio inmortal de la poesía, Antonio Machado nos previene contra la egolatría y la vitrina: 
“El ojo que ves no es/ojo porque tu lo veas;& es ojo porque te ve”. Y el bardo también nos alerta contra tanta visión insulsa, cuando afirma: “¡Ojos que a la luz se abrieron/ un día para, después,/ ciegos tornar a la tierra/ hartos de mirar sin ver!”

Primero que todo, el verdadero cronista es aquel que abrió bien sus ojos desde la infancia, con una agónica sed de observación y una enfermiza sensorialidad que luego desembocará en sensibilidad. Ahí está la semilla de la memoria afectiva. Y esa mirada no puede ser fría y epistemológica. Nada de clasificaciones. Es un extravagante embelesamiento hasta el extremo de la conmoción, con las sutilezas, los contrastes y extravagancias de la vida. El cronista debe tener la pupila limpia y transparente como la de un niño que despierta. Sin el polvo de la premeditación y la conveniencia. Y en el fondo, requiere un prisma que refracte en policromías la realidad. Nada de blanco y negro, mucho menos de grises.

El cronista ve más allá de lo que se le ofrece, porque posee un misterioso ultrasonido de la trascendencia y belleza de las cosas. Por eso, de vez en cuando debe cerrar los ojos y viajar hacia adentro de su alma. Una expedición interior que le permita conectar visiones, sonidos, palabras, olores… toda la memoria afectiva que le acompaña, como un virus de la belleza, para contar una historia.

La mirada del cronista requiere prescripciones contra la rutina y el aburrimiento; porque, señores, casi siempre…¡todo es muy aburrido! Hay que cuidar esa mirada de contaminaciones didactistas y poquedades que la nublen. Porque pueden sobrevenir el glaucoma de la nadería, la catarata del mal gusto y la falsedad. Y de no tratarse a tiempo, desembocan en la ceguera creativa. Nada sería todo lo que el cronista ve, oye y palpa; nada serían las emociones y sentimientos resultantes, si él no encuentra los códigos que sugieran lo que palpita en su mente.

Palabras que jugueteen unas con otras, en ciertas acrobacias semánticas; imágenes, metáforas, símiles y otros atrevimientos, siempre desde la elegancia de la sencillez. Sin poses fatuas. Es aquello que dijo un poeta y parece tan simple, pero cuesta la vida: Nombrar las cosas. Y nombrarlas sin chaturas ni rebuscamientos. ¡Abajo los mielíferos engendros en nombre de la crónica y esos sucedáneos aterciopelados! ¡Arriba las palabras con ciertos misterios y sugerencias que luego el lector penetra con gozo!

Para ello, el cronista requiere un vasto almacén de palabras dentro de sí. Un derroche de variables fruto de muchas lecturas a lo largo de la vida. Y una inmensa cultura audiovisual. Al final, se requieren ojos para ver lo recóndito, garra expresiva y sed de belleza para narrar, describir y dialogar con el ángel del talento.

Para seducir al lector, y llevarlo de la mano por una historia atrayente, el cronista debe cuidar sus ojos, sus oídos, su tacto, su olfato y su gusto, que todos están interconectados, y pueden infectarse. Y todavía requerirá de un sexto sentido para decantar lo falso de lo auténtico. El único colirio que sana la mirada del cronista es la vida misma, sin afeites. Dejarse arrastrar por ella, para descubrir sus enigmas con los ojos del asombro, y un alud de insinuaciones, de tientos y diferencias, muy adentro del alma.

¿Cómo escribir la crónica? Ese sigue siendo el Santo Grial del periodismo.

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