Razones de la palabra: Día de la Radio

Sobre la historia de la radio, su adaptación a los nuevos tiempos,  y aprovechando el Día Internacional de la Radio, en su blog 'Razones de la palabra' José Zepeda se refiere a temas vinculados a este medio de comunicación pero que tienen menor presencia en los análisis. A la radio como compañía, a los porqués de su popularidad y a la crisis de algunas emisoras internacionales, esta dedicado este post. 
Ella, la radio, no ocupa un lugar prioritario ni en la casa ni en la oficina. En eso jamás podrá competir con la televisión, que preside el salón de estar o es el aparato irremplazable a los pies de la cama. El radio tampoco puede desplazar a Internet que llega a través del computador ubicado en el centro del escritorio o siempre a la mano sobre cualquier superficie plana.

Dama de compañía Ella, como una chica tímida está en cualquier parte porque su grandeza se encuentra precisamente en su modestia. No es invasiva ni consentida. Uno puede hacer otras cosas y escuchar radio. La imagen, es de naturaleza cautivadora, nos embruja con sus encantos, nos atornilla al sillón o a la cama y nos sume en un estado de concentración y ausencia. Los recursos digitales como internet o sus aplicaciones en el teléfono “enganchan” como se dice ahora.

La radio no padece de delirios de grandeza ni de complejos de centro de mesa, porque sabe que los amigos de verdad están ahí, en las buenas y en las malas, sin hacer demasiado ruido, y dispuestos a acompañarnos de tu a tu. Así, el grado de cercanía afectiva es considerable. La voz llega a través del oído, en tono confidencial, una voz confiable porque nos cuenta las noticias, nos regalonea con los chismes del día, nos ofrece música, nos encandila con los pormenores del partido de la tarde y esos relatos deportivos transformados en verdaderas epopeyas en donde pelean solo héroes. Pero si hasta cuándo vamos al estadio llevamos un receptor de radio para ver y escuchar el partido. Cuántas veces no está mejor la transmisión que lo que sucede en la cancha.


La radio nos hace palpitar con testimonios de vida y nos ofrece la posibilidad de participar en directo sin la limitación de los 30 segundos de otros medios. Y cuando estamos solos, cuando las sombras preconizan la aparición de los fantasmas, de las añoranzas, cuando todo se viste de negro, la radio viene a sacarnos de la tentación del pozo. Son incontables las veces que salva vidas amargadas, a punto de saltar al vacío. Un saludo a tiempo, una idea oportuna, el anuncio de una melodía, una señal cualquiera puede conjurar el riesgo y reubicarnos nuevamente en la realidad de la vida con todas sus pequeñeces y grandezas.

Mucho menos dramática y mucho más cotidiana es la compañía que brinda en las más variadas realidades, comenzando por su presencia, cada mañana, cuando la dueña de casa o el dueño queda sola/o después de la partida del marido, “marida” como dicen acertadamente en Bolivia. Allí está la radio para informar y entretener mientras hacemos cualquier cosa. Cuando los conductores recorren calles y caminos, allí está la radio como una pasajera bienvenida.

La popularidad
Desde hace unos años la radio ocupa el segundo lugar de confianza entre los latinoamericanos según los informes de Latinobarómetro. Su directora, Marta Lagos, me ha dicho que una las razones es que la radio no está tan expuesta a la crítica como, por ejemplo, es el caso de los partidos políticos, o los responsables de la economía. Es cierto. Como también lo es que lo mismo es válido para la televisión, los periódicos e Internet. Y sin embargo, la gente cree y confía más en la radio. ¿Por qué? Hay razones explicables y otras no tanto. Entre las primeras está el hecho que la voz, sin condimentos artificiales, entabla contactos emocionales que serán siempre más creíbles que cualquier “escenificación”, que cualquier puesta en escena. En esos momentos de sincera intimidad nos descubrimos a nosotros mismos. Claro, es un mérito y un riesgo. Cuando la manipulación usurpa esta virtud puede llevar a las peores consecuencias.

Otro elemento de popularidad se encuentra en la sintonía – nunca mejor dicho – que la radio consigue cuando comunica de forma espontanea y sin rebuscamientos. Es como si una amiga cualquiera nos contara lo que pasa. Otros medios asumen una actitud distinta con la imagen, con el lenguaje, incluso con el tiempo. Las noticias duran más en radio que en televisión.

A la segunda categoría, las menos explicables, pertenecen lo que los entendidos llaman la parte indeterminada del ser humano, y que hoy, merced a la neurociencia es cada vez más conocida. Quiero decir aquí, sin entrar en mayores honduras, que la radio parece llegar con más fuerza a los ocho sectores cerebrales que tienen relación con la empatía. Es como si la voz pudiese ponerse con mayor facilidad en el lugar del otro, como si la voz rememorara las simpatías más conocidas, presentes en la memoria colectiva. Recordemos que los pueblos más primitivos creían que una palabra, cualquiera; un sonido, cualquiera, nos ponía en contacto con los dioses. La voz como medium para sintonizar con la divinidad.

Crisis en algunas radios internacionales
Nadie escapa a sus circunstancias. Por eso no sería incompleta esta reflexión sino abordáramos la puesta en cuestión de algunas radios internacionales, como Radio Nederland. Como sabrán, el parlamento holandés ha decidido reducir el presupuesto de la emisora en un sesenta y seis por ciento. De 45 a 14 millones de euros. Hay, según la política varias razones. Una de ellas es la aparición de nuevas tecnologías que hacen mucho menos necesario un medio de esta naturaleza. Otra razón está en la crisis económica que castiga con dureza a los países europeos. Otra, en el avance de la democracia y la libertad de expresión.

Son, aparentemente, razones de peso. El error de apreciación nace de la condición misma de las radios internacionales. Su gravitación internacional es escasamente conocida en su país de origen, salvo por aquellos que tienen relación directa con las regiones hacia donde se transmite. Algunos funcionarios de ministerios, los trabajadores de organizaciones no gubernamentales, expertos universitarios, una que otra persona particular que se interesa, y pare de contar.

Sin embargo, la popularidad de Radio Nederland en América Latina es impermeable a las argumentaciones políticas por la sencilla razón de que su peso depende de la gente que la escucha a través de sus transmisiones directas o vía satélite, gracias a la red de emisoras asociadas de América Latina y El Caribe, o vía internet. Quiero decir que hay que hacer una diferencia entre la decisión económica de la Haya y el valor intrínseco de la institución. Dicho todo lo cual, Radio Nederland seguirá presente en América Latina aunque todavía no sepamos con cuánto personal y cuánto presupuesto.

Lo que digo de Radio Nederland lo hago con preocupación, no con desaliento. Por eso quiero parafrasear a Gustavo Martín Garzo, escritor español, quien en un artículo en El País, dedicado a los cuentos infantiles dice que un cuento es una casa de palabras, un refugio frente a las angustias que provocan las incertidumbres de la vida. ¿No les parece que la radio, cuando es buena, tiene también mucho de aquello, una casa de palabras, donde encontramos compañía a toda hora, para sentirnos más juntos, más parte del todo?

Soy muy consciente de que la radio, como las palabras, pueden servir para la vida y el amor, como para la cultura de la muerte y el odio. Por eso, en este día internacional vale la pena recordar que el desafío que tiene la radio y los otros medios de comunicación son sus deberes sociales, la necesidad de respetar la diversidad de opiniones, la equidad, la participación y el tratar a la gente y a la información con el respeto que se merecen.

La radio de verdad está para servir o no es radio.

(La caricatura es una gentileza del colombiano Alberto Betto Martínez).

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