Memorias: El último de los convites navideños

La Navidad pasó fugazmente por mi niñez. Casi no alcancé a disfrutarla conscientemente, porque cuando somos pequeños ponemos énfasis en el qué, en detrimento del por qué. Corría 1968 cuando asistí a la última celebración de La Nochebuena 'a todo dar', en el garaje de Teyo, frente a mi casa, en aquel banquete organizado por su esposa Nena Masa, con la colaboración de quien fuera casi mi segunda madre, Ayita, y otros vecinos, incluidos mis padres. Sin saberlo, estábamos asistiendo al último convite navideño. Un año más tarde, la Navidad sería prohibida por decreto gubernamental con el argumento de que era necesario trabajar sin descanso para lograr los 10 millones de toneladas de azúcar al finalizar la contienda de 1970.

"Nochebuena", obra del cubano Luis Joaquín Rodríguez Arias. (En esa época, mi casa y todas las de mi barrio en Güira de Melena también tenían el techo de guano)Desde el día anterior al 24 de diciembre, la casa de Nena era el centro de los preparativos de una cena navideña marcada por la austeridad, pero matizada por la capacidad que comenzaban a tener las amas de casa cubanas para sustituir algunos ingredientes de los platos que especialmente preparaban para la ocasión. Llegado el momento, aquellas dos mesas muy largas como resultado de la unión de varias prestadas por los vecinos, lucían impecables. El banquete tenía el tradicional menú de arroz blanco, potaje de frijoles negros, cerdo asado, yuca con mojo, ensalada de vegetales y pan, al que se agregaban los postres caseros como buñuelos hechos a partir de yuca y boniato, dulce de coco, dulce de naranja o toronja, casquitos de guayaba y queso blanco. De beber, cerveza Hatuey, Cristal y Polar, ron o aguardiente y algún que otro vino importado.

Aquella fiesta navideña, que era muy cubana y muy pagana, no tenía más connotación que la de una tradicional reunión familiar o vecinal, animada por los villancicos que aún se escuchaban a través de la radio. Porque eso tenía el cubano de aquellos años, era muy unido y le gustaba compartir con los amigos cercanos. Los más religiosos, “los católicos, apostólicos, romanos”, como decía Mima, acudían a la Misa del Gallo en la única iglesia del pueblo, pero eran los menos. No recuerdo que por aquellos años en que disfruté de la Navidad, mis vecinos fueran luego a la Iglesia. Quizás porque por aquella época las relaciones entre Iglesia y Estado eran cada vez más tensas, debido a que el proceso revolucionario se tornaba ya incompatible con la doctrina de la Iglesia. Y la mayor parte del pueblo defendía la Revolución, así que no le seguían el juego a la jerarquía católica de entonces.

Si te preguntan... di que NO
Con apenas 8 años, comenzamos a vivir las sucesivas Navidades algo así como a “escondidas”. Tanto mi familia como los vecinos celebraban el 24 de diciembre a puertas cerradas, evitando así que fuéramos acusados de debilidad ideológica. Éramos advertidos por nuestros padres o familiares: “Si te preguntan si hacemos la comida de Nochebuena, tú diles que NO”. Aquel jolgorio de años anteriores, en que los niños corríamos por todo el patio y finalmente terminábamos sentados frente al arbolito navideño, pasaría a ser parte de la historia. Ya no comeríamos más turrones españoles, ni tendríamos uvas ni manzanas, ni frutos secos en la mesa navideña. Los productos españoles que, en principio, distribuían por la libreta de abastecimiento, dejarían de importarse. El estado comenzaría a borrar todo vestigio de celebraciones religiosas. Quedaban atrás aquellos años iniciales de la Revolución, cuando camiones del Ejército Rebelde recorrían los barrios más pobres para hacer entrega de los paquetes de Navidad, con arroz, carne de cerdo, frijoles negros y golosinas.

Seguí creciendo en el mismo ambiente familiar, en el que convergían lo católico y lo afro, pero con ciertas restricciones, sobre todo a la hora de manifestar públicamente mi inclinación religiosa. La educación y la preparación profesional que recibiría después, terminarían por convertirme en un ser ateo, descreído, aunque con más lagunas que conocimientos en materia de religión (pero con una fe interior a veces inexplicable). No obstante, seguiríamos luego la costumbre de reunirnos en Nochebuena y hacer una comida íntima, sin pretensiones ni ínfulas religiosas porque, en realidad, creyentes no éramos.

Años después, en la década del 80, ya adulto y viviendo en La Habana, en las noches del 24 de diciembre asistiría, junto con mi esposa e hijos, a la cena que convocaba mi tía María quien, por su condición de católica fiel, sí había celebrado siempre la Navidad “como Dios manda”. Por esa época sin el miedo que nos albergaba en los años de la infancia. Aunque las celebraciones alegóricas a la Navidad seguían siendo mal vistas, ya por entonces la mentalidad de nosotros y la de los que decidían los designios de todo el pueblo comenzaba a tornarse diferente.

El regreso de la Navidad
Veintiséis años más tarde, bien lejos de Cuba, reviviría el ambiente navideño que había dejado atrás en mi niñez. A los seis meses de haber llegado a Holanda, sólo y con mi familia a 10 mil kilómetros de distancia, aceptaría la invitación de unos amigos colombianos para festejar la Navidad de manera normal, sin saber que dos años después, en 1997, pocas semanas antes de la llegada de Su Santidad Juan Pablo II a la isla, los cubanos disfrutaríamos de un feriado navideño, pero sólo por esa ocasión. La sorpresa la daría un año más tarde el Partido Comunista de Cuba, cuando recomendó autorizar la celebración de la Navidad. Ahora para siempre.

Volverían a la palestra aquellas celebraciones de hace siglos. Reviviría en nuestras familias la hermosa costumbre de poner el “nacimiento” junto al árbol de Navidad, con luces y adornos. Muchos rescatarían lo que alguna vez se hiciera tradición, la cena familiar en la Nochebuena cada 24 de Diciembre. Esta vez con lo que tuvieran para poner sobre la mesa, pero cultivando la necesaria reunión de familia y con la evocación de los ausentes. Eso sí, sin las felicitaciones navideñas ni los villancicos por la radio o la televisión, que casi 15 años después de la visita del Papa (en enero de 1998) siguen sin tener cabida en los medios de difusión, con la excepción de CMBF, Radio Musical Nacional, que en contadas ocasiones incluye la transmisión de excepcionales acontecimientos religiosos.


Tomado de mi blog familiar 'Guajiro'.

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